Una vez conocí a una persona que podía pasar horas observando un cuadro, cosa que me llamo muchísimo la
atención ya que eran trazos de colores y cubos sin sentido, yo me senté detrás con
mucha cautela en una silla y me quede viendo como miraba la obra fijamente, ladeaba su cabeza varias veces, y
la luz incidía en su cabello dándole un brillo especial, se movía de un
lado para otro de la habitación, lo seguía observando, pasaron horas antes de
que me percatase que colgando del bolsillo
de su chaqueta pendían los cordones de unos auriculares, me extrañó como solo
escuchaba la música, no tarareaba las canciones, no agitaba ni un solo dedo,
solo prestaba atención a aquel monstruoso cuadro que colgaba de una pared gris. Tanta expectación me causo, que casi seguí sus pasos durante un día. Cuando salimos del
museo se dirigió a una cafetería de esas enormes con grandes sofás, no tuvo
duda en que pedir, no sería la primera vez que entraba allí, recorrió paso a paso con lentitud uno tras otro
los pocos escalones hasta el piso de arriba, volvió a observar tras el ventanal gigante del primer piso y de vez en
cuando hacía una fotografía. Minutos más tarde dibujaba en la mesa con el dedo
formas y círculos sin coherencia alguna, se movía en su propia silla con la
incomodidad de haber estado horas inmóvil. Era una imagen tan desconcertante y maravillosa.
Hice una llamada, y retrase mi cita para comer, sentía
enorme curiosidad por conocer la próxima parada, callejeaba como sin rumbo, se dirigía sin dirección precisa, ni navegador, ni mapa, no se preocupaba por mirar
el nombre de las calles, cuando casi por azar paro en una librería, ya creí
pensar que su toque bohemio era el que me atraía, sin contar con su enorme atractivo, y su magnifica sonrisa, y deduje que terminaría en
un cine viendo una versión original de autor posiblemente sueca.
Dos días más tarde coincidimos en una fiesta, cuatro después en un concierto, diez posteriores en un cumpleaños, no cabía en mi
asombro y me envolvió ese ansia flagrante en cada ocasión, quise escuchar las conversaciones
que tenía, cotilleaba sobre los gustos musicales que debatía con sus conocidos
y hasta le comentaba a algún anfitrión que leía las criticas de cine... pensé entonces que mi indagación no se acabaría nunca.
Volvimos a encontrarnos en algún que otro evento, ya
nos sonreíamos al cruzarnos, miradas cómplices, nos buscábamos sin querer por
los rincones, hasta que nos presentaron
formalmente, roce su mejilla y creí oler su perfume que se grabo en mi nariz
eternamente, esa misma noche me arme de valor y decidí no separarme de su lado, nos
refugiamos en un local de moda, sus gestos no eran algo habitual pero me
pareció de una persona segura y confiada. Serían mil noches las que robaríamos
las horas al sueño, saltamos en los charcos mientras paseábamos y nos empapamos
de la lluvia otoñal, leímos en algún parque a Robinson Crusoe e interpretamos Romeo y Julieta a nuestra
manera, improvisamos viajes solo para desayunar, bailábamos el Vals en aparcamientos
desiertos, colarse en las piscina para bañarnos a la luz de la luna era un ritual, todo eran aventuras. Un día dejo caer una rosa en su asiento nada
mas salir del coche, me miro y me dio un beso en los labios, sentí como un escalofrío cruzo mi espalda y en ese mismo instante me robo el corazón.