lunes, 19 de mayo de 2014

Breaking The Rules

   Una vez conocí a una persona que  podía pasar horas observando  un cuadro, cosa que me llamo muchísimo la atención ya que eran trazos de colores y cubos sin sentido, yo me senté detrás con mucha cautela en una silla y  me quede viendo como miraba la obra  fijamente, ladeaba su cabeza varias veces, y la luz incidía en su cabello dándole un brillo especial, se movía de un lado para otro de la habitación, lo seguía observando, pasaron horas antes de que  me percatase que colgando del bolsillo de su chaqueta pendían los cordones de unos auriculares, me extrañó como solo escuchaba la música, no tarareaba las canciones, no agitaba ni un solo dedo, solo prestaba atención a aquel monstruoso cuadro que colgaba de una pared gris.  Tanta expectación me causo, que casi seguí  sus pasos durante un día. Cuando salimos del museo se dirigió a una cafetería de esas enormes con grandes sofás, no tuvo duda en que pedir, no sería la primera vez que entraba allí,  recorrió paso a paso con lentitud uno tras otro los pocos escalones hasta el piso de arriba, volvió a observar tras el  ventanal gigante del primer piso y de vez en cuando hacía una fotografía. Minutos más tarde dibujaba en la mesa con el dedo formas y círculos sin coherencia alguna, se movía en su propia silla con la incomodidad de haber estado horas inmóvil. Era una imagen tan desconcertante y maravillosa.




   Hice una llamada, y retrase mi cita para comer, sentía enorme curiosidad por conocer la próxima parada, callejeaba como sin rumbo, se dirigía sin dirección precisa, ni navegador, ni mapa, no se preocupaba por mirar el nombre de las calles, cuando casi por azar paro en una librería, ya creí pensar que su toque bohemio era el que me atraía, sin contar con su enorme atractivo, y su magnifica sonrisa, y deduje que terminaría en un cine viendo una versión original de autor posiblemente sueca.

   Dos días más tarde coincidimos en una fiesta, cuatro después en un concierto, diez posteriores en un cumpleaños,  no cabía en mi asombro y me envolvió ese ansia  flagrante en cada ocasión, quise escuchar las conversaciones que tenía, cotilleaba sobre los gustos musicales que debatía con sus conocidos y hasta le comentaba a algún anfitrión que leía las criticas de cine... pensé entonces que mi indagación no se acabaría nunca. 

   Volvimos a encontrarnos en algún que otro evento, ya nos sonreíamos al cruzarnos, miradas cómplices, nos buscábamos sin querer por los rincones, hasta que nos presentaron formalmente, roce su mejilla y creí oler su perfume que se grabo en mi nariz eternamente,  esa misma noche me arme de valor y decidí no separarme de su lado, nos refugiamos en un local de moda, sus gestos no eran algo habitual pero me pareció de una persona segura y confiada.  Serían mil noches las que robaríamos las horas al sueño, saltamos en los charcos mientras paseábamos y nos empapamos de la lluvia otoñal, leímos en algún parque a Robinson Crusoe e interpretamos Romeo y Julieta a nuestra manera, improvisamos viajes solo para desayunar, bailábamos el Vals en aparcamientos desiertos, colarse en las piscina para bañarnos a la luz de la luna era un ritual, todo eran aventuras. Un día dejo caer una rosa en su asiento nada mas salir del coche, me miro y me dio un beso en los labios, sentí como un escalofrío cruzo mi espalda y en ese mismo instante me robo el corazón.